En privado, en el Centro Penitenciario de Civitavecchia, que alberga a unos 500 reclusos, donde capellanes, agentes de pastoral y voluntarios cruzan diariamente el umbral para servir y curar las heridas de los reclusos, el Papa Francisco realizará el acto de amor, justicia y misericordia para encapsular el mensaje evangélico de perdón y reconciliación. El gesto del lavatorio de los pies evoca, cada vez, esa posibilidad de experimentar el abrazo de Dios Padre hacia sus hijos encarcelados; recuerda a todos que Dios Padre, al hacerse prisionero del amor, no niega «el derecho a la esperanza, el derecho a recomenzar».
«No son los sanos los que necesitan un médico, sino los enfermos», cita el Evangelio. «Por tanto, el lavatorio de los pies -en la reflexión del P. Grimaldi- no es un rito cíclico que se repite, sino que es un acto de gran humildad para quien lo realiza y para quien lo recibe».
A pesar del cansancio físico y de los sufrimientos ocultos, el papa Francisco no se cansa de recorrer caminos polvorientos, embarrados y llenos de baches «para ir a buscar lo que se ha perdido» y no se avergüenza de ensuciarse las manos para lavar los pies de los muchos Judas condenados por la justicia humana, pero salvados por la Misericordia de Dios. El Cristo sufriente «no vino por los justos sino por los pecadores».
La visita del Papa a la cárcel de Civitavecchia es un bálsamo de consuelo para la Iglesia, un modo de enjugar las muchas lágrimas de la soledad humana, un modo de abrir los corazones sufrientes de los presos a la confianza y a la esperanza; un recordatorio de que nadie puede quedar solo en un mar tempestuoso. Y es precisamente desde la colina del Calvario donde Cristo crucificado lanza un reto de Esperanza al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».