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Roca, estadista y constructor del Estado nacional

Roca, estadista y constructor del Estado nacional

La conmemoración de un nuevo aniversario del fallecimiento del general Julio A. Roca, acaecido el 19 de octubre de 1914, constituye una ocasión propicia para evocar a esta egregia figura de nuestra historia, contra la cual algunos se han encarnizado, s…

La conmemoración de un nuevo aniversario del fallecimiento del general Julio A. Roca, acaecido el 19 de octubre de 1914, constituye una ocasión propicia para evocar a esta egregia figura de nuestra historia, contra la cual algunos se han encarnizado, siendo objeto en los últimos tiempos de descalificaciones de toda índole.

Ahora bien, siguiendo la línea de lo expresado, fue tan fructífera, medular y decisiva para nuestro país la gestión que Roca desplegó en sus presidencias, dos períodos completos (1880-1886 y 1898-1904) a la que accedió con tan solo 37 años de edad, que merece ser largamente difundida y estudiada, que resulta llamativo que prácticamente lo único que se habla o se debate sobre Roca tenga que ver con la Campaña al Desierto (1878-1879).

Julio Argentino Roca siempre fue un adelantado. A sus jóvenes 31 años obtuvo los entorchados de general, con el agregado de haber conseguido todos sus ascensos como consecuencia de su acción en los campos de batalla y lo que es mejor, siempre al servicio y en defensa de las instituciones legítimamente constituidas.

Roca, que nació en la provincia de Tucumán en 1843, se formó en el Colegio de Concepción del Uruguay, institución impulsada por otro estadista de la nación, el general Justo José de Urquiza, que tuvo por objeto, y fue largamente logrado, la formación de los futuros protagonistas de la política nacional; con la particularidad de hacerlo sobre la base de un liberalismo con visión federal, imbuido decididamente por el pensamiento de otro ilustre tucumano, el doctor Juan Bautista Alberdi.

El joven Roca tuvo su bautismo de fuego en la batalla de Cepeda, participó también en Pavón y tuvo una destacada labor en la Guerra del Paraguay, en la que murieron su padre, el coronel José Segundo Roca, cuya larga y notable trayectoria merecen otra publicación, y dos de sus hermanos. Su última participación en la contienda fue en la batalla de Curupaytí (22 de septiembre de 1866), que pese a la dura derrota constituyó una verdadera muestra de valor, disciplina y heroicidad del propio Roca y de los abnegados soldados argentinos.

Su figura empezó a descollar a partir del triunfo de las fuerzas nacionales en la batalla de Ñaembé (26 de enero de 1871), donde el entonces coronel Roca logró derrotar a las fuerzas comandadas por el «último caudillo», el gobernador entrerriano, general Ricardo López Jordán, que un año atrás se había rebelado contra su histórico jefe, el general Urquiza, siendo asesinado este último. Situación que trajo aparejada la intervención de la provincia de Entre Ríos, ordenada por el presidente Domingo Faustino Sarmiento.

El prestigio de Roca siguió en aumento, en este caso para repeler otro levantamiento producido por el triunfo electoral que consagró Presidente de la Nación a don Nicolás Avellaneda, resultado que el ex generalísimo del ejército aliado, don Bartolomé Mitre, tachó de ilegal, originándose un nuevo conflicto, uno más de la larga lista (y no sería el último) entre Buenos Aires y el interior. En Santa Rosa (Mendoza) las fuerzas comandadas por Roca obtuvieron la victoria sobre el ejército que mandó el general José Miguel Arredondo. Por este nuevo triunfo Julio A. Roca fue reconocido como general del Ejército.

En 1878 Julio A. Roca fue designado ministro de Guerra, a las órdenes del presidente Nicolás Avellaneda. Su antecesor en el cargo había sido el doctor Adolfo Alsina, ideólogo de la famosa Zanja y coautor del proyecto de ley para la repatriación de los restos del general San Martín (junto con el doctor Martín Ruiz Moreno). El fallecimiento de Alsina dio lugar al nombramiento de Roca para la cartera de Guerra.

Una vez en el cargo, el general Roca se propuso firmemente resolver la secular cuestión del indio. Para ello planteó un enfoque estratégico totalmente distinto al de su antecesor, y a los intentos que históricamente se habían ensayado. Roca pensó en ocupar definitivamente los territorios hasta el Río Negro, hasta entonces teatro de operaciones de constantes incursiones de los indios, que hacían de las suyas robando cantidades exorbitantes de ganado (los cálculos de la época arrojan más de doscientos mil por año), no para subsistencia y sí para comerciarlas en Chile, llevando a su paso cautivas por doquier y desde luego la muerte. El Estado nacional no podía garantizar allí ninguna seguridad, en suma, no podía ejercer su poder soberano, en un territorio que además era reclamado por el país vecino, tema que también solucionaría el propio Roca.

Al respecto, hasta la llegada de Roca como ministro de Guerra, hubo acciones parciales para enfrentar este flagelo. A modo de ejemplo cabe mencionar la Campaña al Desierto llevada a cabo por Juan Manuel de Rosas en 1833, que tuvo un carácter punitivo, sin intención de ocupar el territorio.

No obstante, hay que destacar lo logrado por la famosa «Zanja de Alsina», que desgastó el poder de los indios y morigeró el arreo del ganado robado. Fue más bien una acción de carácter defensiva, con el objeto de ocupar solamente los territorios que podían explotarse económicamente.

El general Roca, cumpliendo dos leyes sancionadas por el Congreso Nacional (nº 215/1867 y nº 947/1878), diseñó una acción ofensiva, profesionalmente planeada y ejecutada. Dijo que necesitaría dos años para cumplirla, uno para planificarla (1878) y otro para concretarla (1879), y así lo hizo.

Se trató de una guerra, que se desarrolló para ambos bandos bajo las condiciones y los valores que imperaban en la realidad de la época que estamos historiando. De nada sirve pretender analizar el pasado con los valores actuales, a la luz de la evolución que hemos tenido como civilización, corresponde analizar los hechos en su justo contexto y sobre bases documentales.

El objetivo de Roca no fue otro más que el sometimiento de los indios, someterlos a la jurisdicción de la nación, al igual que el resto de los ciudadanos, y desde luego ocupar el territorio.

El 12 de octubre de 1880, Roca asumió su primera presidencia, a la cual le imprimió el famoso lema de «Paz y Administración». Atrás quedaría un nuevo levantamiento porteño, esta vez encabezado por el gobernador de Buenos Aires Carlos Tejedor.

Roca es el presidente de la educación, de la modernidad y del progreso. Bajo su gobierno se sancionó la célebre ley 1420 de educación gratuita, laica y obligatoria (8 de julio de 1884). En su primer mandato logró llevar la cantidad de alumnos de 86 mil a más de 180 mil, y casi triplicar la cantidad de docentes. En su primera administración se construyeron 600 escuelas, que se agregaron a las 1200 existentes en 1880.

Durante su mandato se creó una moneda única para todo el país, el Banco Hipotecario Nacional; el Registro Civil de las Personas; por ley Nro. 1029 se concretó la federalización de Buenos Aires; prácticamente se triplicó la red ferroviaria existente. Asumió con un presupuesto de veinte millones anuales de pesos oro, y concluyó el mismo con más del doble.

Para resaltar el valor, que no solo Roca, sino toda la generación del ochenta le dio a la educación, basta con mencionar que dos ex Presidentes de la República, Domingo F. Sarmiento y Nicolás Avellaneda, fueron designados por Roca para ocupar el Consejo Nacional de Educación y el Rectorado de la Universidad de Buenos Aires respectivamente, es decir, dos ex presidentes, aún vigentes políticamente, aceptaron y ejercieron cargos esenciales para el impulso de una nación.

No obstante haber sido un hombre de acción, hecho en el fragor de los campos de batalla, Roca fue un hombre de paz, y buscó mediante la diplomacia resolver los conflictos limítrofes con Chile. Así lo hizo en 1881, de esa manera nuestro país duplicó su territorio. En ese marco, en su primer mandato se sancionó la ley nº 1532 de territorios nacionales, creándose las jurisdicciones (hoy provincias) de Tierra del Fuego, La Pampa, Santa Cruz, Chaco, Formosa, Neuquén, Río Negro, Chubut y Misiones. Puede afirmarse que la fisonomía que hoy tiene la República Argentina se debe en gran medida a la labor del «castigado» Julio Argentino Roca.

A su vez, ya en su segunda presidencia, a fines de 1901, en medio de fuertes tensiones con Chile, Roca se negó a firmar la orden de movilización que el ministro de Guerra, general Pablo Riccheri, le llevó, aun a expensas de desechar la ventaja estratégica que implicaba movilizar primero, enseñanza de la escuela prusiana. El propio Riccheri trató de persuadir, aunque infructuosamente, al presidente Roca, que con visión de estadista y luego de tres horas de debate le dijo: «Riccheri, usted tiene razón, si movilizamos primero estamos en condiciones de ganarle la guerra a Chile, pero no habrá nunca más paz en la región». Días después bajarían las tensiones y llegarían los países hermanos a un nuevo entendimiento. No se equivocó Roca, tanto no lo hizo que hace escasos días la Corte Internacional de La Haya emitió un fallo que tuvo como causa la denominada Guerra del Pacífico que involucró a Chile, Perú y Bolivia en 1879-1883. Vaya que miró lejos Roca.

Si de mirar lejos se trata, cabe mencionar que en 1904, último año de su mandato, Roca dispuso el establecimiento de una base permanente en la Antártida, más precisamente en las Islas Orcadas del Sur, en una clara demostración de soberanía por parte del Estado nacional. ¿Alguien duda hoy en el año 2018 del valor estratégico de la Antártida? Roca supo verlo hace un siglo.

En materia social, más allá de la educación como un instrumento para la igualdad de una sociedad que se iba formando con las grandes olas inmigratorias, Roca puso sus miras en la sanción de un Código de Trabajo protectorio del trabajador que incluía, entre otras: la jornada laboral de ocho horas, la supresión del trabajo nocturno, la protección de la niñez con la prohibición del trabajo a los menores de 14 años, la licencia con goce de sueldo, el sábado inglés, la creación de tribunales de trabajo, el salario mínimo en favor de los trabajadores del Estado, etcétera. El proyecto lo redactó el ministro del Interior, Joaquín V. González, que finalmente no fue aprobado por el Congreso. No obstante, muchas de sus disposiciones se verían reflejadas cuarenta años después con la irrupción del peronismo.

Del mismo modo, en su segundo mandato, se dictó la ley de servicio militar obligatorio (1901), cuyo objeto no solo era modernizar el Ejército y hacer más eficaz al Estado en materia de defensa, sino también alfabetizar a los conscriptos y poner de algún modo en pie de igualdad a los jóvenes de las distintas clases sociales. El general Riccheri, antes de presentar el proyecto en el Congreso, y por consejo del propio Roca, le llevó el texto de la futura ley al general Bartolomé Mitre, que al leerla concluyó: «Su ley, Coronel, es una ley de la civilización». Como se observa, más allá de las diferencias o rivalidades, se aprovechaba y se respetaba la experiencia y sabiduría de quienes habían sido protagonistas de nuestra historia.

El debate parlamentario en el marco del citado proyecto de ley, y la defensa realizada por Riccheri, son dignas de admiración y permite hacerse una idea del elevadísimo nivel intelectual de aquellos que ocupaban un lugar en el poder legislativo.

Roca fue el constructor, el líder de un espacio que dominó la política argentina durante treinta años. Sagaz, astuto e inteligente llegó a decir: «En política no se debe herir inútilmente a nadie, ni lanzar palabras irreparables, porque uno no sabe si el enemigo con quien hoy se combate será un amigo mañana».

El autor es abogado e investigador.

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