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Vox, la extrema derecha asoma en España

Vox, la extrema derecha asoma en España

Vox, la extrema derecha asoma en España

España era uno de los pocos países europeos que podía ufanarse de no tener un partido político de extrema derecha mientras las opciones ultras no paraban de crecer en el continente. Pero esa excepcionalidad está llegando a su fin y las últimas encuesta…

España era uno de los pocos países europeos que podía ufanarse de no tener un partido político de extrema derecha mientras las opciones ultras no paraban de crecer en el continente. Pero esa excepcionalidad está llegando a su fin y las últimas encuestas del Gabinete de Estudios Sociales y Opinión Pública (GESOP) lo demuestran: casi dos de cada tres españoles (el 64,1%) consideran que los ultras avanzan de la mano de Vox y sus principales enemigos: el independentismo catalán, el feminismo y los inmigrantes.

Aunque su auge es incipiente y tendrá su primera prueba electoral en las elecciones al Parlamento europeo de 2019, ya nadie habla de Vox como un partido marginal y sin capacidad de daño. De hecho, ya hay sondeos que lo posicionan con posibilidades reales de entrar al Congreso de los Diputados y ser el quinto partido estatal.

Muchos empezaron a tomarlo en serio hace apenas un mes, cuando abarrotó de militantes un anfiteatro madrileño con una consigna clara: «España, para los españoles». Su líder es Santiago Abascal, un ex militante del Partido Popular (PP) que abandonó sus filas para «correr por derecha» al histórico refugio del conservadurismo español.

Fundado en diciembre de 2013, Vox se mantuvo hasta septiembre de 2017 con apenas 3500 afiliados. La fecha no es casual: los simpatizantes empezaron a subir a medida que la amenaza separatista de Cataluña empezaba a crecer. Hoy rozan los 11 mil afiliados y su crecimiento en redes sociales ha sido exponencial. Solo un dato: al evento de lanzamiento del domingo 7 de octubre asistieron nueve mil personas pero la audiencia virtual llegó a 300 mil entre comentarios y publicaciones sobre el acto. Y con un particular comportamiento: a medida que más lo atacan en los medios de comunicación y en las redes sociales, más crecen.

Los motivos de su despegue son varios: además del conflicto catalán que disparó su vena nacionalista, la llegada sorpresiva de un gobierno de centro-izquierda facilitó la polarización y allanó el caminó para un sector de la sociedad que se sentía huérfana de un ideario nacionalista en lo político, liberal en lo económico y conservador en lo social.

La negativa al pedido de exhumación del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos, la discusión por la migración proveniente mayormente de África y los debates por la seguridad regional son la agenda preferida para su instalación pública.

Así, casi sin despeinarse, obligaron a derechizar el discurso público y a poner nerviosos a sus principales competidores. Tanto el líder del PP, Pablo Casado, como el de Ciudadanos, Albert Rivera, están desorientados, haciendo malabares retóricos para parecer más extremistas que su rival. El resultado es pura ganancia para Vox: logran que se hable de los temas de su interés, legitiman su discurso y fidelizan un electorado que no solo quieren que sean duros sino que lo parezcan.

De hecho, uno de sus logros más elocuentes fue conectar con aquellas personas desencantadas tanto con el PP como con Ciudadanos. A ambos partidos los tilda de representar una derecha culposa que no dice lo que piensa. A ellos, en cambio, no les tiembla la pera al pronunciar discursos abiertamente xenófobos, antimigratorios y antieuropeos.

Su estrategia electoral es tan clara como efectiva: hacer política con un discurso antipolítica. Critica tanto a los partidos tradicionales como a los emergentes. Según las palabras del propio Santiago Abascal, el PP es la «derechita cobarde», Ciudadanos, «la veleta naranja», al PSOE lo resume en «traidores» y «estafadores», y Podemos encarna las «recetas fracasadas del comunismo».

Más allá de cuál sea su desempeño efectivo en las urnas, el triunfo simbólico ya lo consiguieron. Sin representación parlamentaria y con casi nula presencia mediática, todos hablan de ellos. Ocupan la centralidad en la adversidad. Como saber que vas ganando una maratón sin transpirar una gota de sudor.

Pero, ¿qué proponen? En realidad, sus iniciativas son una adaptación española a otras expresiones de la extrema derecha que están asomando con fuerza en Europa (en Gran Bretaña con el Brexit, en Francia con Marine le Pen, en Italia con Matteo Salvini, en Alemania con Alexander Gauland, en Hungría con Viktor Orban, en Suecia con Jimmie Åkesson, en Finlandia con Jussi Halla-aho, en Austria con Heinz-Christian Strache, en Polonia con Theodore Kaczynski, en Holanda con Geert Wilders, en Grecia con Nikolaos Michaloliakos, entre otros) y en América (con Donald Trump en Estados Unidos y recientemente en Brasil con Jair Bolsonaro).

La última encuesta difundida por la consultora Metroscopia, que realizó 1588 entrevistas entre los días 16 y 18 de octubre, da cuenta del fenómeno y augura que podría convertirse en el quinto partido español con representación parlamentaria. Si las elecciones fueran por estos días, contarían con casi un millón de votos (5,1%), multiplicando por 20 su resultado en las últimas elecciones generales y por primera vez entrarían al Congreso de los Diputados.

Del mismo estudio se desprende que de cada tres votantes de Vox, dos provienen del PP y uno de Ciudadanos, son mayormente hombres y uno de cada cuatro cuenta con ingresos mensuales superiores a los dos mil euros.

Pero también conocen sus limitaciones y saben que si quieren llegar a ser un partido nacional con capacidad real de incidencia pública, deben ensanchar su base electoral. Y ya empezaron a hacerlo: además de frecuentar barrios del sur de Madrid, por ejemplo, que históricamente fue un bastión de la izquierda, no desatienden la estrategia en línea. A su cada vez más notable presencia en redes sociales: 169 mil seguidores en Facebook, 117 mil en Twitter y 59 mil en Instagram, le suman una cuidada microsegmentación. Así es como ya comenzaron a enviar mensajes perfectamente diferenciados según los intereses de cada uno: desde antichavistas venezolanos hasta emigrantes cubanos, pasando por grupos taurinos, motoqueros, policías y asociaciones de padres en contra de la «ideología de género». Por ahora, la pauta publicitaria digital es de poca inversión pero con precisión quirúrgica: viralizar es la tarea.

Mientras tanto, Javier Ortega Smith, secretario general de Vox, deja en claro quiénes son por si quedan dudas. «Somos de extrema necesidad para España. Nos da igual que nos llaméis ‘ultras’, ‘fachas’, ‘extrema derecha’… No nos vais a distraer con etiquetas. Nosotros seguimos. Esto acaba de empezar».

El autor es asesor en Comunicación Política para Iberoamérica.

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Vox, la extrema derecha asoma en España

España era uno de los pocos países europeos que podía ufanarse de no tener un partido político de extrema derecha mientras las opciones ultras no paraban de crecer en el continente. Pero esa excepcionalidad está llegando a su fin y las últimas encuesta…

España era uno de los pocos países europeos que podía ufanarse de no tener un partido político de extrema derecha mientras las opciones ultras no paraban de crecer en el continente. Pero esa excepcionalidad está llegando a su fin y las últimas encuestas del Gabinete de Estudios Sociales y Opinión Pública (GESOP) lo demuestran: casi dos de cada tres españoles (el 64,1%) consideran que los ultras avanzan de la mano de Vox y sus principales enemigos: el independentismo catalán, el feminismo y los inmigrantes.

Aunque su auge es incipiente y tendrá su primera prueba electoral en las elecciones al Parlamento europeo de 2019, ya nadie habla de Vox como un partido marginal y sin capacidad de daño. De hecho, ya hay sondeos que lo posicionan con posibilidades reales de entrar al Congreso de los Diputados y ser el quinto partido estatal.

Muchos empezaron a tomarlo en serio hace apenas un mes, cuando abarrotó de militantes un anfiteatro madrileño con una consigna clara: «España, para los españoles». Su líder es Santiago Abascal, un ex militante del Partido Popular (PP) que abandonó sus filas para «correr por derecha» al histórico refugio del conservadurismo español.

Fundado en diciembre de 2013, Vox se mantuvo hasta septiembre de 2017 con apenas 3500 afiliados. La fecha no es casual: los simpatizantes empezaron a subir a medida que la amenaza separatista de Cataluña empezaba a crecer. Hoy rozan los 11 mil afiliados y su crecimiento en redes sociales ha sido exponencial. Solo un dato: al evento de lanzamiento del domingo 7 de octubre asistieron nueve mil personas pero la audiencia virtual llegó a 300 mil entre comentarios y publicaciones sobre el acto. Y con un particular comportamiento: a medida que más lo atacan en los medios de comunicación y en las redes sociales, más crecen.

Los motivos de su despegue son varios: además del conflicto catalán que disparó su vena nacionalista, la llegada sorpresiva de un gobierno de centro-izquierda facilitó la polarización y allanó el caminó para un sector de la sociedad que se sentía huérfana de un ideario nacionalista en lo político, liberal en lo económico y conservador en lo social.

La negativa al pedido de exhumación del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos, la discusión por la migración proveniente mayormente de África y los debates por la seguridad regional son la agenda preferida para su instalación pública.

Así, casi sin despeinarse, obligaron a derechizar el discurso público y a poner nerviosos a sus principales competidores. Tanto el líder del PP, Pablo Casado, como el de Ciudadanos, Albert Rivera, están desorientados, haciendo malabares retóricos para parecer más extremistas que su rival. El resultado es pura ganancia para Vox: logran que se hable de los temas de su interés, legitiman su discurso y fidelizan un electorado que no solo quieren que sean duros sino que lo parezcan.

De hecho, uno de sus logros más elocuentes fue conectar con aquellas personas desencantadas tanto con el PP como con Ciudadanos. A ambos partidos los tilda de representar una derecha culposa que no dice lo que piensa. A ellos, en cambio, no les tiembla la pera al pronunciar discursos abiertamente xenófobos, antimigratorios y antieuropeos.

Su estrategia electoral es tan clara como efectiva: hacer política con un discurso antipolítica. Critica tanto a los partidos tradicionales como a los emergentes. Según las palabras del propio Santiago Abascal, el PP es la «derechita cobarde», Ciudadanos, «la veleta naranja», al PSOE lo resume en «traidores» y «estafadores», y Podemos encarna las «recetas fracasadas del comunismo».

Más allá de cuál sea su desempeño efectivo en las urnas, el triunfo simbólico ya lo consiguieron. Sin representación parlamentaria y con casi nula presencia mediática, todos hablan de ellos. Ocupan la centralidad en la adversidad. Como saber que vas ganando una maratón sin transpirar una gota de sudor.

Pero, ¿qué proponen? En realidad, sus iniciativas son una adaptación española a otras expresiones de la extrema derecha que están asomando con fuerza en Europa (en Gran Bretaña con el Brexit, en Francia con Marine le Pen, en Italia con Matteo Salvini, en Alemania con Alexander Gauland, en Hungría con Viktor Orban, en Suecia con Jimmie Åkesson, en Finlandia con Jussi Halla-aho, en Austria con Heinz-Christian Strache, en Polonia con Theodore Kaczynski, en Holanda con Geert Wilders, en Grecia con Nikolaos Michaloliakos, entre otros) y en América (con Donald Trump en Estados Unidos y recientemente en Brasil con Jair Bolsonaro).

La última encuesta difundida por la consultora Metroscopia, que realizó 1588 entrevistas entre los días 16 y 18 de octubre, da cuenta del fenómeno y augura que podría convertirse en el quinto partido español con representación parlamentaria. Si las elecciones fueran por estos días, contarían con casi un millón de votos (5,1%), multiplicando por 20 su resultado en las últimas elecciones generales y por primera vez entrarían al Congreso de los Diputados.

Del mismo estudio se desprende que de cada tres votantes de Vox, dos provienen del PP y uno de Ciudadanos, son mayormente hombres y uno de cada cuatro cuenta con ingresos mensuales superiores a los dos mil euros.

Pero también conocen sus limitaciones y saben que si quieren llegar a ser un partido nacional con capacidad real de incidencia pública, deben ensanchar su base electoral. Y ya empezaron a hacerlo: además de frecuentar barrios del sur de Madrid, por ejemplo, que históricamente fue un bastión de la izquierda, no desatienden la estrategia en línea. A su cada vez más notable presencia en redes sociales: 169 mil seguidores en Facebook, 117 mil en Twitter y 59 mil en Instagram, le suman una cuidada microsegmentación. Así es como ya comenzaron a enviar mensajes perfectamente diferenciados según los intereses de cada uno: desde antichavistas venezolanos hasta emigrantes cubanos, pasando por grupos taurinos, motoqueros, policías y asociaciones de padres en contra de la «ideología de género». Por ahora, la pauta publicitaria digital es de poca inversión pero con precisión quirúrgica: viralizar es la tarea.

Mientras tanto, Javier Ortega Smith, secretario general de Vox, deja en claro quiénes son por si quedan dudas. «Somos de extrema necesidad para España. Nos da igual que nos llaméis ‘ultras’, ‘fachas’, ‘extrema derecha’… No nos vais a distraer con etiquetas. Nosotros seguimos. Esto acaba de empezar».

El autor es asesor en Comunicación Política para Iberoamérica.

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